Ana solo tenía 16 años cuando se enamoró. Una imagen en blanco y negro se deslizó por la pequeña pantalla de la televisión de su cuarto de estar, y eso fue suficiente para cautivar su corazón...
Hizo una ardua tarea de investigación en las revistas del corazón de la época ("San Google", todavía no existía...) y descubrió que su ídolo vivía a escasos kilómetros de su casa, así que movida por la pasión y la devoción, cogió todos sus ahorros y sin que nadie en casa se enterara, tomó un taxi y se dedicó a dar vueltas por Somosaguas, por si el destino tuviera establecido un encuentro entre los dos.
No hubo suerte y el taxista hizo el día...
Él puso sus ojos sobre ella desde el todo-terreno que conducía. Estaba situado en alto, como los dioses del Olimpo y ella bajita, conduciendo el Renault 12 de su padre y con la "L" pegada con ventosa en la luna trasera.
Así que casi 28 años más tarde del "flechazo", Ana tuvo cara a cara a su ídolo.
Ana temblaba, casi tanto como él, que la miraba con ojos de cachorrito antes de ser sacrificado y de repente vio al hombre, al niño asustado y sintió compasión.
El "ídolo" se derrumbaba en su mente y lo mas doloroso...en su corazón .
Lo tranquilizó con dulces palabras, asegurando que el mejor profesional de Madrid, no iba a hacerle daño (aunque tenía motivos de sobra...y un torno en la mano...) asegurándole que todo pasa en esta vida...
aunque su preciosa dentadura estaba intacta y no había sentido, ningún dolor.
Ana le pidió a la secretaria de su marido que no cobrara nada al "famoso" que acababa de salir, que era una deuda que tenía con él y que así quedarían en "paz" rogándole que hiciera esperar unos minutos al siguiente paciente. Se dirigió a su marido, le propinó un beso apasionado y sugerente diciéndole al oído...
-Esta noche recibirás la corona de laurel en mi Olimpo,
porque aunque no me había dado cuenta, eres mi héroe...
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