Una antigua comunidad de blogs a la que pertenecí en 2.008 tuvo la idea de hacer una quedada a nivel nacional en una pequeña ciudad de la costa levantina. Dudé mucho en aceptar la invitación, primero por timidez y segundo porque no me apetecía poner cara a la gente que había conocido hace ya bastantes años de manera virtual y ahora tendría la oportunidad de poner imagen y voz. Si asistía, estaba casi segura que eso acabaría con la magía...
La organizadora del evento era una compañera de trabajo. Fuimos tres chicas de la agencia las que en esa época dorada de la comunidad de blogs, participábamos de forma casi febril en la redacción de post y en los comentarios a otr@s bloguer@s. Cuándo me llegó la invitación, no dudé ni un momento en que no asistiría; ella persistente, venía cada día con una lista cada vez más abultada de confirmaciones a la quedada.
Se acercaba la fecha y confieso que sentía cada día más curiosidad por conocer en persona a mis "compañeros literarios" y no solo los que me gustaban escribiendo, más todavía a los más odiados y a los que no se cortaban en decir que mis post eran una mierda y que era una prepotente y una pija.
Fue definitivo que se anunciaba un sol de justicia en el lugar de playa el fin de semana del evento, y que en pleno noviembre y después de llevar lloviendo una semana en Madrid, me tentaba sobremanera.
Claudiqué, y el viernes a las 15:00 emprendía el viaje. ¡El hotel era espectacular! En primera línea de playa y mi habitación estaba en la planta 10. Solo se escuchaba el sonido de un mar en calma y una humedad tibia que se metía hasta lo más profundo de los huesos.
La primera convocatoria era la cena a las 21:00. Intentaría pasar todo lo desapercibida posible, no identificarme y cenar a una distancia prudencial del grupo y observar... si el personal resultaba demasiado "friki", me iría sin hacer ruido...
Después de un paseo por la playa y un baño largo en esas bañeras infinitas que hay en los hoteles de cuatro estrellas, me enfundé unos vaqueros, una camiseta negra y zapato plano y llegué al comedor 15 minutos antes de la cita.
En la puerta había una mesa con identificaciones y dos personas a las que no conocía, así que dí las buenas noches y entré en el comedor, sentándome en la mesa más alejada de la puerta.
No habían pasado ni dos minutos cuando una de mis compañeras de trabajo y organizadora de la quedada, gritaba mi nombre desde la puerta y venía corriendo a saludarme y a pedirme que me registrara y recogiera mi tarjeta identificativa, la asesiné con la mirada, ya que cuándo le confirmé mi asistencia, le dije que se comportara como si no me conociera de nada, que esa era la única condición para mi asistencia, pero parece ser que su traición iba a ser "el aperitivo" de la cena...
Abrazos, ojos muy abiertos, miradas por encima del hombro, saludos hipócritas y sinceros... hubo de todo en las presentaciones. El programa para el finde era apretado tanto en lo literario como en lo social, no había ni un minuto de -tiempo libre en soledad- incluso había grupos y parejas formadas de antemano para las diferentes actividades.
Naturalmente, fui a mi bola. Mi rebeldía me impidió ceñirme a un horario de internado suizo y a formar parte de un determinado grupo por el artículo 33, así que me acoplé a lo que me apetecía en cada momento, dando exactamente la imagen de la persona que soy y sin impostar nada, lo que me hizo ganar rápidamente detractores y simpatizantes en las primeras 24 horas de convivencia y además servir en caliente a mi compañera organizadora, mi venganza por no cumplir el pacto.
El grupo era muy variado: desde abuelas, -abuelas,de pelo blanco y moño- a veinte añeros que en 2008, eran menores de edad y que nadie lo diría por la calidad de sus textos. Había más mujeres que hombres, tal vez las chicas son más proclives a este tipo de quedadas literarias o tienen menos vergüenza. Varias personas confesaron que ya se conocían antes de ese fin de semana y que incluso, se había formado más de una pareja, alguna se había consolidado y otras se limitaron a un rollo.
Es fácil que cuando formas parte de una comunidad literaria, surja una especie de química-especial con ese/esa desconocid@ al que te imaginas como uno de sus personajes y que te va seduciendo con sus palabras.
Es cierto eso de:
Y a veces la literatura tiene el poder de poner en contacto a desconocidos que podrían vivir la historia de amor más bonita jamás contada...
Escribir es algo muy poderoso dónde el que escribe siempre deja rastro aunque no lo crea, dónde lo que sugiere escribiendo a veces grita y es escuchado por el que lee y eso me pasó a mi con un compañero de la comunidad; desde su primer post ¡conectamos! y cuando nos miramos a los ojos ¡no pudimos remediar que los astros se alinearan y se escribiera algo que nunca vamos a olvidar...
"Mi amor, dices que no hay amor a menos que dure para siempre. Tonterías, hay episodios mucho mejores que la obra entera."Fin de la cita...
Jamás asistiré a una quedada literaria de este tipo. Jamás. Demasiados egos, demasiado “yo” complaciente y excesivo “tú” crítico. Y cuando digo de forma rotunda que jamás asistiré a un evento literario de este tipo quiero decir que no lo sé.
ResponderEliminarFuera broma, es evidente que la escritura, aquella que nos gusta sobremanera, nos hace cómplices, a veces esclavos, y en algunos casos, fervientes admiradores del autor o autora. Pero el escritor tiene la necesidad de encender llamas, de hacer camino, llamas que sean capaces de provocar incendios y caminos transitados por las huellas de sus lectores. Escritor y lector fundidos por la química de letras impresas. A partir de ahí, todo puedo ocurrir cuando el rastro y los astros se alinean.
Un saludo.