martes, 24 de septiembre de 2013

Retrovisor, ojos, impulso...

No pude evitarlo. Fue una mirada rápida por el retrovisor. Una mirada, rutinaria, y una chispa surgió en el corazón que fue directa del cerebro al pié derecho, haciéndome frenar en seco y el impacto del coche de atrás con el parachoques del mio, sacudió el vehículo y lo lanzó a varios centímetros por delante.

No pasó nada. Nos aproximábamos a un semáforo y no iba a más de 20-30 Km/h, por lo que el impacto, no tuvo ninguna repercusión ni produjo daños en ninguno de los dos coches. Me quedé sentada, mirando por el retrovisor sin dominio de mi misma. Me veía atrapada, hechizada por aquellos ojos que habían pasado de mirar distraidamente hacia cualquier parte a estar clavados en mi. Ahora estaban atentos, asustados, enfadados, perplejos pero lo que no se había borrado era ese tono de melancolía, de tristeza que me había cautivado al encontrarlos detrás de mi.

Cuando el conductor de ojos melancólicos y ahora con un puntito de ira salió del coche y miró la parte delantera de su vehículo y la trasera del mio, me quede paralizada y un peso liviano se instaló en mi garganta. Se acercó a la ventanilla, se inclinó. Yo seguía mirando a mi retrovisor, sin moverme, hechizada, congelada en el tiempo. 

Golpeó ligeramente el cristal con sus nudillos, no me moví. Volvió a golpear, esta vez, con más fuerza. Nada, no hubo respuesta por mi parte. De nuevo, y ya con cierta impaciencia por el tono de su voz volvió a golpear el cristal de la ventanilla preguntando:

-¿Oye? ¿Estás bien?

Giré mi cabeza hacia la ventana y volví a encontrarme con esos ojos que ahora además de melancólicos, parecían asustados, indefensos, expectantes. Bajé el cristal con el mando electrónico, le tenía a escasos veinte centímetros de mi cara, solté el volante, me giré hacia él, tomé su cara entre mis manos y... le besé.


2 comentarios:

  1. Un texto precioso y lleno de sentimientos.

    Gracias.

    Manuel (El peso de lo liviano)

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