Apenas 24 horas más tarde de despedir a mi perrita Apple, casi, no puedo respirar.
La tristeza y la añoranza de mi amiga fiel; ¡mi compañera! a la que he cuidado y me ha cuidado, a la que he abrazado y la que me abrazaba con su mirada y su trotecillo feliz cuando volvía a casa, ¡ ya no está!, y ese silencio ensordecedor que deja su ausencia en casa y en mi corazón, me parte el alma.
¡Cuánto la echo de menos! LAS LAGRIMAS NO CESAN, y ¡no puedo parar!, es como intentar cerrar un grifo que se ha pasado de rosca y es imposible detener.
¡Nunca hubiera imaginado este dolor lacerante que me parte por la mitad!
Su indefensión, su mirada suplicante, su calorcito, ¡la sencillez para hacerla feliz!, su amor incondicional, su perdón por dejarla... No puedo hablar, no puedo expresar el dolor que siento, y que siento, que no me va a abandonar jamás.
¡He aprendido tanto de ella!; Su templanza, paciencia, bondad, obediencia, ¡fidelidad absoluta!
¡No me resigno a no volver a verla! la escucho todavía, todo huele a ella... ¡mis brazos la añoran!, quiero cogerla, abrazarla y ¡que no se vaya todavía! tenemos paseos que dar, viajes que hacer, tenemos que jugar con su juguete rotísimo, tenemos mucho que hacer...
Veo muy borroso lo que escribo, pero necesito dejar por escrito este dolor inmenso, para empezar a vivir sin ella, pero ¡no quiero, y no puedo!
Me aferro a la esperanza que Dios ama a los animales buenos, a los que han amado profundamente sus hijos, y yo esta tarde solo le pido a Dios una cosa:
¡volver a ver a Apple!
y que cuando yo también me vaya, ella me esté esperando ¡tan contenta como siempre por volver a verme! y estemos juntas toda la eternidad.
Apple, has sido una de mis alegrías más grandes los últimos 13 años de mi vida, y te llevas parte de mi corazón. Te quiero, y no me avergüenza nada que todo el mundo lo sepa, y que va a ser muy difícil para mi, vivir sin ti.
Apple, perrita buena.
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